dijous, 16 de desembre del 2010

Me enamoré de tu librería y de todo lo que contenía sin ver más que el exterior. Una fría y oscura tarde, a finales de octubre. El relieve, las figuras, y el color que tenían, a penas visibles con la escasa iluminación del parque a esas horas de la tarde. Ahun así, vi lo suficiente para saber que era el rincón más bonito de sucia ciudad. Quizás lo más bonito que había visto en mi vida. Lo que sin duda sabía, es que nunca había visto nada igual. Quizás nunca volvería a verlo. De ti recuerdo más bien poco, el tiempo que ha pasado y mi facilidad para no recordar nombres se han encargado de ello. Casi ya no recuerdo tu cara. Sólo te recuerdo sentado en tu silla, vieja y carcomida. En medio del santuario de tus libros, con las manos cruzadas apoyadas sobre tu bastón, y protegiéndote del frío con con una boina negra de fieltro. Realmente, lo único que recuerdo con nitidez, es tu amor a los libros, muy por encima del dinero. Recuerdo tu gran simpatía, tus ganas de compartir experiencias y opiniones, tus ganas de regalar libros. Como tu dijiste: “El librero lo único que puede hacer es regalar libros.”
De tu librería recuerdo más, estaba descrita en algunos de mis libros favoritos, y en muchos de mis sueños. Estanterías llenas de libros, mesas y expositores repletos, cajas, y pilas sobre el suelo. Todo ello cubierto de una fina capa de polvo y olvido, telarañas, y algún que otro ratón. Todo ello, junto a tu presencia, la hacía increíblemente acogedora y hacía que una vez dentro, tuviese ganas de no salir jamás de allí. Vi tantos, y tantos libros que me costó muchísimo decidirme, de hecho, ahun no me he decidido. Todos llamaban a ser leídos. Todos lo merecían. Algún día volveré, por ese entonces, espero que Relieve siga allí. Espero que tu también. En esos pocos minutos que compartimos conseguiste que amara una ciudad que nunca me había gustado.
Al salir, pensé que nunca había visto nada igual. Ni lo veré.



I el seu record s´estima en ciutats adormides,

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